MARÍA CALLAS: DIVA ETERNA
Héctor Ortega Rangel
Agencia Reforma
Monterrey, NL 2 diciembre 2023.- Mencionar el nombre, o tan sólo su apellido, es relacionar de manera directa al concepto ópera.
Cecilia Sophia Ann Marie Kalogeropoulos, mejor conocida como María Callas, tuvo una vida de un éxito fulgurante y un final que le aseguró un lugar indisputable en el mundo de la ópera, elevándola al grado de ícono cultural mundialmente conocida por fanáticos o no de la ópera. Hoy la recordamos a 100 años de su natalicio.
Callas nació en Nueva York el 2 de diciembre de 1923. Fue la segunda de dos hijas de una familia de inmigrantes griegos que durante poco más de una década residieron en esa ciudad norteamericana hasta que los problemas económicos obligaron a los Kalogeropoulos a regresar a su natal Grecia.
En ese país, María comenzó sus estudios musicales en el Conservatorio de la capital griega.
No obstante que su maestra titular fuera María Trivella, realmente de quien aprendió sobre técnica vocal fue de Elvira de Hidalgo, una soprano española que hizo carrera en las primeras décadas del siglo 20 y quien la adoptó como su alumna, con clases particulares y sin costo alguno, entre los años de 1938 y 1943.
Poco antes de cumplir 18 años, Callas aceptó la invitación de la Ópera de Atenas para papeles demandantes como la Santuzza, de “Cavalleria rusticana” o Floria Tosca, de “Tosca”, a pesar de las advertencias y recomendación de Hidalgo para no hacerlo porque su voz aún no estaba lista para tales interpretaciones.
De teatro en teatro
En 1947, Callas hizo su primer debut relevante fuera de Grecia, en la Arena de Verona, Italia, como la titular de “La Gioconda”, de Amilcare Ponchielli, y aunque había detalles en su voz, como quiebres de la emisión entre registros, su compromiso y entrega histriónica resultaban cautivantes, característica por la que también sería célebre.
Una figura importante en continuar su formación en ese momento fue el director de orquesta Tullio Serafin, quien la impulsó a cantar pesados roles de repertorio alemán, como Brünnhilde o Kundry, de “Die Walküre” y “Parsifal”, respectivamente. Sin duda esas incursiones fueron también haciendo mella en su instrumento.
A la vez, Serafin fue también que la llevó al repertorio belcantista con títulos como “I Puritani”, de Bellini y un rol clave en su carrera, el titular de “Lucia di Lammermoor”, de Donizetti. Mucho se le debe a Callas que aún en nuestros días estas óperas sigan siendo parte del repertorio habitual de las casas de ópera.
Así, Callas fue de teatro en teatro, conquistando audiencias en Europa, Norteamérica e incluso en México. La soprano debutó en México en 1950, en el Palacio de Bellas Artes, con los siguientes títulos: “Norma”, “Aída”, “Tosca” e “Il Trovatore” Quizá la década más prolífica, tanto en funciones como grabaciones para el sello EMI, fue la de los 50, del siglo pasado. A consulta con tres amistades conocedoras de ópera: Ingrid Hass, Miguel Gálvez y Ricardo Marcos, sobre cuáles grabaciones consideran como fundamentales en el registro fonográfico de la artista, el consenso es casi unánime en tres registros: “Norma”, de Bellini, acompañada por Christa Ludwig y Franco Corelli; “Tosca”, de Puccini con Tito Gobbi y Giuseppe di Stefano, y “Lucia de Lammermoor”, también con di Stefano y dirigida por Hebert von Karajan.
Su papel más difícil
En el primer lustro de la siguiente década hizo memorables funciones de algunos de sus signatures roles, pero significó también la despedida de escenarios como La Scala de Milán, en 1962, y en 1965 su retiro definitivo de producciones completas, en la Royal Opera de Londres, con “Tosca”, de Puccini.
Para entonces era evidente su deterioro de la voz al dejar escuchar un vibrato cada vez más incontrolable y unos agudos tirantes. Uno de sus últimos memorables logros fueron las clases magistrales que impartió en la Juilliard School of Music, en Nueva York, en 1971 y 1972.
Inició después una gira por Japón, al lado de su compañero artístico más frecuente, el tenor italiano Giuseppe di Stefano.
Una gira que apeló más a la nostalgia que a un nivel artístico óptimo Callas tuvo una vida personal difícil y ello contribuyó quizá a acortar su carrera. El divorcio de Giovanni Battista Meneghini y el tórrido romance que tuvo con Aristóteles Onassis, que terminó en ruptura cuando el multimillonario griego la abandonó para casarse con Jacqueline Kennedy, fue quizá el golpe final que sumió a la cantante en una fuerte depresión.
El legado de Callas permanece en la memoria, en sus grabaciones en audio, poco en video y una manera de hacer distinta la ópera, de compenetrar en el personaje, tanto en lo musical como en lo histriónico, y haber posicionado títulos de óperas que, al día de hoy, siguen formando parte del repertorio.
La soprano falleció en su departamento de París el 16 de septiembre de 1977, a los 53 años de edad. Así terminó la vida de esta extraordinaria cantante cuyo papel más difícil de interpretar quizá fue el de ella misma: María Callas.
El autor es crítico y coordinador de Música de Conarte.