Opinión

LA AMARGA DULZURA

“El miedo a la muerte se debe al miedo a la vida.

Un hombre que vive plenamente

 está preparado para morir en cualquier momento”.

Mark Twain

 

¿Qué significa añorar a quién se extraña? Muchas y diversas sensaciones. Sí, no hay un recetario para enumerar la multiplicidad de colores y olores que brotan en nuestra mente. Hoy, como sucede cotidianamente, apareces en mi recuerdo. Ya son 23 años desde que te fuiste a viajar por territorios galácticos y desconocidos. ¿Son muchos? No lo sé, de lo único que estoy seguro es de mi memoria y tú presencia. Tu recuerdo estalla y me provoca un dolor silencioso y profundo. Te veo claramente en mi imaginación. Sonríes y me bromeas, como siempre lo hacías, con ese gran humor que tenías.

Mi abstracción riñe con la realidad. Me abrazo de mis deseos y abruptamente me separa el ruido del mundo terrenal. Ese del que te fuiste aquella terrible noche que me partió el alma, cuando me negué a aceptar tu partida. En esa ocasión se me hizo eterno el recorrido hacia el hospital. Corrí a abrazar tu cuerpo desnudo que yacía frío en esa plancha de cemento. Te besé y grité, como si pudiera despertarte con mis alaridos. Creí y sentí que te moviste. Era imposible, me dijo un médico que me veía sin verme, quizá con lástima o con esa reacción rutinaria de quien ve diario la muerte.

Andas por aquí. Te evocamos con nostalgia y alegría, en esa dialéctica manera de tenerte. No te podemos olvidar. Eres un alimento espiritual muy nutritivo. Revalorizas nuestras vidas. Viviste a tu manera, no desmayaste ante los obstáculos. Superaste bajezas y golpes bajos de las pequeñas burocracias futboleras, que por desgracia siguen intactas. Nunca te derrotaste. Tuvo que aparecer aquel mortal accidente para detener tu ascendente carrera deportiva.

Te fuiste muy joven, con apenas 20 años. Se que no hay edad para morir. Nosotros morimos, en varios sentidos, con tu partida. Y revivimos con tu poderoso recuerdo. Acá hay muchos que todavía te aman y nos recuerdan alguna anécdota contigo. Por supuesto en primer término, tus hermanos, Emilano y Lidice Estelí, a quienes les faltó abrazarte más. Por cierto, hace poco se fue a viajar por sus galaxias tu querida Elenita, la abuela consentidora, que te lloró tanto y que tú seguías con enorme cariño.

Aquí estamos, como cada año, abusando de la hospitalidad de El Sol de México, con amargura y dulzura. Te seguiré escribiendo al infinito, hasta que se agote la fuerza de mis manos y mi mente desfallezca. Por ahí nos encontraremos, amado Pedrito.

@pedro_penaloz